Inversión
Claves para opererar en bolsa a nivel emocional.
1. Conocerse
uno a sí mismo. Es la primera condición. Hacer una reflexión acerca del
patrón de inversión financiera al que uno responde. A largo o a corto plazo;
fundamental o técnico; de capitalización o de rentas; gestión propia o
delegada. Los cinco pronunciamientos clásicos de rentabilidad, riesgo,
liquidez, fiscalidad y tiempo.
2. Tener
un buen equilibrio entre corazón y cabeza, esto es, entre sentimientos y
razones; entre momentum y value, se podría traducir
aproximadamente en el mundo financiero. Usar el corazón al servicio de la razón
para evitar sorpresas posteriores.
3. Ser
capaces de superar y digerir las heridas del pasado. Dice Enrique Rojas que
“pasar las páginas negativas de nuestra historia es un ejercicio de salud
mental”. Cuanto más en el ámbito de la inversión financiera. Una mala
experiencia pasada se puede convertir en una buena oportunidad futura. El
mercado siempre abre la puerta de las ideas interesantes al que llama con insistencia
y no se arredra.
4. Tener
un proyecto coherente y realista de vida que el psicólogo centra en amor,
trabajo y cultura; lo que en el entorno que nos ocupa se podría traducir como
interés, dedicación y conocimiento, frente a la apatía, dejación e ignorancia
que muchas veces presiden el manejo de nuestros cuartos, que dirían los
manchegos.
5. Conquistar
una voluntad sólida, que no es sino “ponerse metas y retos concretos e ir a
por ellos, sabiendo que en la vida llega más lejos una persona con voluntad que
otra inteligente”. Demoledor. Se necesita de orden (ir de menos a más),
constancia (no rendirse a las primeras de cambio), motivación (saber para qué
se hacen las inversiones) y disciplina (dedicarle espacio en nuestra agenda).
Fijarse objetivos a corto, medio y largo plazo sin querer construir la casa por
el tejado.
6. Saber
gobernarse a uno mismo. No perder los estribos a pesar de las dificultades
y fracasos. Mantener la calma, ser coherente con las decisiones adoptadas,
respetar los stop-loss y vender cuando se ha alcanzado el nivel de
rentabilidad esperado y no ha habido un cambio en las circunstancias que
afectan a la inversión. Ser pacientes, esperar las oportunidades y recordar que
al mercado siempre le mueven, al final, dos principios antagónicos: la avaricia
y el pánico. Evitar caer en cualquiera de ellos.
7. Seguir
modelos de identidad fuertes. En el mundo de la inversión financiera, está
todo o casi todo inventado. Buscar aquellas personalidades que nos atraigan más
dado nuestro perfil, profundizar en sus mecanismos de decisión y mejorar, en la
medida de lo posible, sus iniciativas.
8. Buena
capacidad para la convivencia. Difícil de ajustar este principio a la
cuestión que hoy nos ocupa. Saber disfrutar de los éxitos y aceptar los
fracasos como una parte más del resultado de nuestras inversiones. Cuidar a los
que nos rodean más allá de lo que cuidamos nuestra riqueza, porque ésta viene y
va y carece de sentimientos. Recordar siempre que no es más rico el que más
tiene sino el que menos necesita.
9. Elaborar
un sentido de la vida. Íntimamente ligado con lo anterior, de nada sirve la
riqueza si no forma parte de un plan vital en la que ésta es un medio para un
fin y no un fin en sí misma. Sentido es saber dónde se va, cómo se va y para
qué se va. Tres preguntas clave de aplicación a todas las aristas de la vida.
10. Tener
una salud positiva. En este caso cabría decir “salud financiera”, porque,
sin ella, todo lo anterior de poco serviría. Adecuar las inversiones a nuestras
disponibilidades una vez cubiertas las necesidades fundamentales. No hacer
veleidades con lo no sobrante. Ser prudente para cumplir con el “umbral del
sueño” del que hace poco hablaba un articulista en estas mismas páginas.
Inspirado por la red de inversores Rankia